El alzamiento de Reis (9): Jeremiah

Solapas principales

La anciana con la boca cosida se desplomó al atravesarla con su espada como muchos de los hombres de Reis que yacían muertos en la cubierta que ni siquiera había intentado defenderse. Los Perros Marinos hacía tiempo que no contaban cuántos muertos llevaban, pero todos parecían exhaustos y hartos de tanta carnicería cuando el último de esos desgraciados fue derribado.

Al otro lado del barco, los de la Libertad Duradera seguían luchando con los restos de lo que quedaba de la tripulación del infame pirata.

Allí estaban por fin las escaleras del castillo de popa y arriba, con la mano del panzerhand apoyada en el timón y completamente impasible, estaba Reis.

-¡A por él Berek!-le dijo charlie - ¡Tú eres el elegido!

Y sin duda lo era, gracias a él la amenaza de los leviathanes había terminado, ¿Qué era aquel loco comparado con ello? La Reina Maab le había protegido de todo mal, como se demostró en Canguine, donde sobrevivió inexplicablemente hasta a dos impactos de rayo lanzados por aquellos malditos piratas vesten que dominaban las magia de las runas. Ellos serían los siguientes tras finiquitar a aquel depravado con casaca roja.

Empezó a subir la escalera, antes se colocó bien la banda del pecho y los puños de su levita azul, toda su ropa estaba empapada en sangre, pero creyó que aquello le daba un toque de clase. Todos los Perros Marinos se quedaron mirándolo expectantes y nerviosos por ver aquel enfrentamiento que tanto les había costado conseguir. Sonrió despreocupadamente a sus amigos, iba a ganar por ellos y por la fe qué habían depositado ciegamente en él

- Te noto diferente desde la última vez, ¿Has cambiado de peluquero?- dijo jocoso Berek III.

- Vamos niñato no tengo todo el día, voy a tener que buscar una nueva tripulación y no es fácil conseguir que se cosan la boca ellos mismos. Al principio no logran ni enhebrar la aguja. Cortas la mano al primero que falla y el segundo lo hace mucho mejor.

- En serio, hay tipos enfermos y luego estas tú, München.

-No conozco a ese tipo, me llamo Reis, recuerdo todas sus vidas y me acuerdo de que tu abuelo por lo menos tenía huevos.

-Mi abuelo te mató, dos veces, y voy a seguir con la costumbre familiar.

- En realidad en una le ayudó tu abuela y en otra se suicidó. No voy a quitarle cierto mérito, pero la verdad es que no tengo ni idea de cómo lo vas hacer tú escoria.

Al pisar el castillo de popa, dos tripulantes de Reis salieron para sorprenderle, uno con sable intentó cortarle el pescuezo, pero con destreza el capitán de la San Bernard puso su arma en medio y utilizando la fuerza del ataque del rival lo movió para ponerle entre él y la otra marinera que sin poder evitarlo clavó el arma en la espalda de su compinche. Berek apartó al recién trinchando enemigo y dando un paso adelante para sorprender a su rival consiguió que su espada atravesara limpiamente el cuello a la mujer que se desplomó en el suelo como una muñeca rota. No sintió ninguna alegría en aquella victoria, sólo eran pobre gente deshumanizada por el monstruo que tenía delante.

-¿Creías me ibas a sorprender con esos pobres legiones?

- No me culparás por no querer mancharme de tu indigna sangre.

-Tranquilo, te mancharé antes con la tuya.

-¿Tú? y ¿Cómo lo vas hacer imbécil?

-Con mi espada y con la ayuda de Reina del Mar, aunque con mi espada me sobra.

-Tu Reina está tranquilamente follándose a los peces y riéndose de ti.

-Te verás más alto, pero eres igual de miserable. He sido elegido por la Reina de los Mares para ser su paladín y por Theus que limpiaré las aguas de tu infecta presencia. Berek lanzó una estocada perfecta, digna de los mejores maestros de Théah, pero el panzerhand de Reis agarró la hoja de la espada sin que éste apenas se moviera. Luego, con un sencillo gesto, la fracturó en dos partes.

- ¡Oh gran avatar! Si tanto te quiere tu Reina ¿qué hacen sus sirenas devorando a tus marineros y a los de tus aliados?...

Berek miró a los ojos fríos como los de un tiburón de Reis. Su otra mano alzaba la gigantesca guadaña en forma de media luna.

-Maab...- murmuró en forma de rezo, la guadaña cayó sobre él. Dicen que lo último que pasa por tus ojos al morir son los momentos más importantes de tu vida, a Jeremiah Berek III nunca se le ocurrió pensar que lo último que vería pasar ante sus ojos serían sus piernas.

-Patético.- oyó decir a Reis antes de emprender su último y eterno viaje.