El Alzamiento de Reis (6): O´Mally

Solapas principales

 

- A tomar por saco- gritó Moe, mientras disparaba su trabuco derribando a 5 de esos maníacos de Reis y se lo pasaba a Paco para que lo cargara otra vez.

O’Mally se sentía afortunado y no sólo porque le había dado tiempo a emborracharse suficiente para no pensar en toda esa locura, sino porque estaba vivo y sano. A pesar de todas las balas del tamaño de cocos que le habían pasado por encima del pañuelo de la cabeza, de la maldita metralla que no se había clavado o arrancado algún miembro cuando el barco se hacía añicos, haber tenido que subir por una puta soga mientras las sirenas se reían y devoraban camaradas y una vez arriba enfrentarse a aquellos jodidos chiflados con la boca cosida y después todo aquello seguir sin un rasguño, a su parecer, tenía motivos más que suficientes para sentirse jodidamente afortunado.

- Coño Draco, date prisa, que estos cabrones no esperan.- le espetó a la vez que paraba con sus dos sables a un anciano que había cargado como un poseso (que no era una mala teoría sobre lo que le pasaba a la tripulación) contra él con una espada que parecía más pesada que el fulano. Con un ágil movimiento desvió el arma de su enemigo y cercenó su brazo, que cayó al suelo. El hombre miró el muñón. El que aquellos pobres diablos no pudieran gritar le inquietaba profundamente al contramaestre de los Perros Marinos, porque no estaba muy convencido si era por la boca cosida o porque esos desgraciados ya no podían sentir nada. O’Mally no sabía qué respuesta de ambas le inquietaba más.

A su lado, Chicote con su inseparable mandil, ya ensangrentado, peleaba a destajo con su daga y espada, había perdido sus cuchillos de cocinero al lanzarlos contra una mujer con mosquete (la cual acabó con la cabeza dividida en dos) y un mamonazo con una pistola que intentó volar la cabeza a su capitán. Ahora el mamón en cuestión se hallaba empalado por el gigantesco cuchillo en el palo mayor. El cocinero llevaba ya un rato quejándose y queriendo volver a por ellos.

-Y una mierda Chicote, nos cargamos al cabronazo y luego ya vemos- contestó, Moe a punto de tirarle de las orejas cuando volvió a proponer ir a recuperarlos.

En ese momento estaba defendiendo el flanco derecho de Berek, el izquierdo era protegido por Charlie que con su espada y su experiencia de más de sesenta años blandiendo armas, hacía estragos a cuantos rivales se ponían delante de su filo.

Intentaban avanzar por la cubierta principal del Bandera Carmesí (que por cierto tenía algo jodidamente familiar ese mazacote infernal que O´Mally no terminaba de situar), pero era algo imposible, no sólo por la cantidad de adversarios que arremetían contra ellos, sino por la cantidad de cadáveres que había en el suelo. Era muy difícil estar atento al combate y no tropezar. A Paco, el más novato en esto, le costaba no resbalarse con la sangre que ya llegaba a los dos dedos de altura.

- Bueno, ¿y el cabrón ese de los rizos donde está?- preguntó O´Mally a Berek mientras con su trabuco nuevamente cargado llenó de plomo y metralla a otra cuadrilla que se acercaba con dudosas intenciones.

-Paciencia amigo.- dijo con tranquilidad Berek.- no podrá esconderse mucho más.

-Con todo el respeto del mundo, capitán, paciencia mis cojones.

Los Perros Marinos se movían coordinados, Berek hizo una elegante finta a un enemigo, atravesando después su corazón sin mucho más trámite, Chicote desvió con su daga de esgrima una violenta estocada y con su espada le devolvió el ataque agujereando los hígados de aquel bastardo. Charlie disparó una de sus pistolas para acabar con otro que intentaba sorprender a Paco, el cual mientras cargaba el trabuco era defendido con maestría por Moe. Los demás Perros Marinos mataban y morían a su alrededor en la encarnizada refriega.

Y entonces lo vieron en el castillo de popa. El hijo puta estaba igual que hacía 15 años, sus dos metros de altura, su famosa casaca roja, aquella extraña y gigantesca guadaña en forma de media luna y por supuesto la puta peluca rizada... Sólo había un cambio que parecía ser lo único que quedaba de la antigua personalidad de München, un panzerhand negro en su mano izquierda.

- Ahí lo tenéis, el hijo puta de Reis.- Y al decirlo O'Mally se sintió menos afortunado.