Algunos dicen que ésto fue en Fontalta y otros que en Piedraclara; pero yo, que os la cuento, se bien que esta historia paso aquí, en Zampa, tal vez a menos de una legua. Rezad a Theus y no salgáis por las noches, caballeros; guardad a vuestros hijos, madres, y no os quitéis, muchachos, las cruces que os dieron vuestras abuelas, porque lo que pasó una vez, puede pasar ciento.
Así es como empieza éste cuento.
El lo más profundo de la oscura espesura habitaba una vieja mujer, de quien nadie sabía siquiera su nombre completo. No tenía en la vida ni familia ni amigos, pues una única hermana que tuvo se le marchó para no volver; no salía jamás del oscuro bosque en que habitaba; ni tenía más compañía que la de un negro gatazo que jamás se separaba de ella. La tenían los campesinos por bruja, y por ello mismo la temían. Por eso, al caer de la noche, con premura se recogían en sus casas, sin atreverse a poner un pie fuera de la aldea. No fuera que la bruja del bosque se los llevara.
En aquella época vivía también en Zampa un labriego al que llamaban el Rata. De todos los hombres de la aldea, ninguno tenía tanta y tan buena tierra como él, salvo claro está el señor de Zampa; pero aún siendo un labrador rico, no estaba contento con su riqueza y se tenía por pobre. No comía más que patatas y no bebía sino agua, para ahorrar, y por no mantener a su esposa nunca se había casado. Así con buen motivo le habían puesto el apodo. Pues bien, al Rata le hizo un día la fortuna un extraño revés, pues de una aldea vecina llegaron, sin haberlos llamado, sus dos sobrinos, Toño y Juanita. Sus padres habían muerto y, siendo muy niños aún para ganarse el sustento, venían a pedir la caridad de su único pariente vivo.
Aquel avaro, viendo las dos bocas que le entraban en casa, no hacía sino maldecir. “ ¡ A quien Theus no le da hijos, Legión le da sobrinos !” Gritaba y se mesaba los cabellos, pero por miedo a lo que dirían sus vecinos, no se atrevió a dejarlos en la calle. Así que unas semanas los acogió, pero por las noches no dormía, pensando en las patatas que se comía Toño y el agua que gastaba Juanita; pues aunque, siendo aún niños, no comían ni bebían mucho, al Rata le parecía que gastaban una terrible fortuna.
Al cabo de muchas noches cavilando lo que haría, al Rata se le ocurrió una gran idea. “ ya que yo soy su único pariente y los mantengo, los niños son mios” pensaba, “ y en siendo míos, puedo venderlos si quiero. Y como nadie más comprará niños, se los venderé a la bruja del bosque, que vive sin compañía ninguna, y algún provecho les sacará, aunque solo le valgan para probar sus maleficios “
Y así dicho y hecho, al día siguiente antes del amanecer metió a los niños en un saco y les llevó ante la cabaña de la vieja, a la que llamo a gritos. “ Vieja” gritó, “ vieja, te cambio estos niños por unas monedas de oro “
“ Yo no tengo oro “ dijo, desde dentro de la cabaña la bruja. “ Márchate”
“ Te los cambio por unas monedas de plata ”
“ Tampoco tengo plata. Llévate a tus niños “
“ Por lo que sea te los cambio, pues yo no quiero tenerlos más “
“ ¡ Sea ! “ dijo al fin la vieja. “ Pues me los quedaré como compañía, y puesto que cualquier cosa te basta, te doy a cambio mi gato “
Y diciendo ésto, le arrojó por la ventana el gran gato negro que siempre iba con ella. Pero como el gato era un gato, se las apañó para caer de pie, y fue a recogerse a los pies del Rata, como si ya supiera quien era su nuevo dueño. El labriego quedó confuso un momento, pero luego pensó “ Si caza ratones, me servirá de lago y no me costará nada, y si no los caza, siempre puedo arrojarlo por ahí; por abandonar a un gato no han de mirarme mal “ De modo que se marchó con el gato, y allí dejó a los niños.
Volviendo a casa, el labriego les dijo a todos que sus sobrinos se habían perdido en el monte, mientras buscaban setas. Los aldeanos salieron a buscarlos, pero sin resultado. Bien escondidos los tenía la bruja, y era como si se los hubiera tragado la tierra.
Sin embargo, al malvado labriego le salió muy mal el negocio, pues descubrió como de caro puede salir un gato. Aquel bicho no mataba ratones, sino que reservaba sus uñas para cortinas y sillones. Comía cuatro veces lo que cualquier gato, y lo que no se comía, lo meaba y lo echaba a perder. Cuando el avaro echó la tranca a la despensa y a la alacena, el gato se coló por casas ajenas y allá hizo los mismos destrozos; como el animal era inconfundible, el Rata no pudo escaquearse de pagar lo que su gato estropeaba. A los pocos días lo abandonó en el bosque, pero encontró el camino de vuelta. Lo llevó mas lejos, y de nuevo volvió. No cesó de volver y de hacerles trastadas al Rata y a todos los vecinos, hasta que al fin una noche lo cogieron, le ataron al cuello una piedra y lo arrojaron al río. Era la noche de todos los difuntos.
Antes de que naciese el día, el Rata se puso enfermo. Empezaron por darle dolores de estómago, luego le subió la fiebre. Metido en cama, entre sudores y temblores fue cogiendo un color verdoso. Muy pronto se le cayeron los dientes y el pelo, y al cabo de dos semanas murió entre vómitos de sangre y alaridos de agonía.
Los aldeanos le enterraron sin muchos llantos, pues una criatura tan mezquina poco cariño despertaba. Pero en la noche que siguió a su entierro, otro de ellos empezó a sentir dolores de estómago... y luego otro, y otro. En pocas semanas la mitad del pueblo se hallaba enfermo, y la otra mitad se esforzaba en vano en hallar una cura, sin hallar ninguna que funcionara. A muchos se les habían caído ya los dientes y la piel se les había puesto verde, como le había pasado antes al Rata, y se veían a las puertas de la muerte.
Entonces aparecieron de repente los dos chiquillos a quienes todos habían dado por perdidos en el monte. Eran los mismos Toño y Juanita, que habían escapado de la casa de la Bruja, y ahora gritaban que ellos sabían como detener la enfermedad. Sonó fuerte la campana, y todos, enfermos y sanos, se reunieron para escuchar a los niños que eran su última esperanza.
Los niños les contaron a todos como el Rata les había entregado a la bruja a cambio de un gato. La bruja les tuvo encerrados todo el tiempo, y la oían refunfuñar a ratos, porque estaban muy flacos para comérselos; pero otros ratos se reía de cómo había engañado al avaro. Porque el gato que le había dado no era un gato, sino su propia hermana que se había convertido accidentalmente en gato durante una brujería que le salió mal, y bien sabía ella que volvería loco al pueblo entero empezando por aquel labriego mezquino.
Cuando los campesinos ahogaron al animal maldito, la bruja enseguida lo supo, pues estaba ligada a su hermana por las mas negras hechicerías. Gritó, maldijo y se lamentó, y juró vengarse de todos los habitantes de Zampa. Tan furiosa estaba, y tan cegada por el odio, que todo lo olvidó salvo eso, incluyendo a los dos niños que tenía en una jaula.
Los asustados chiquillos la oyeron hablar sóla toda la noche, y repetir sus cánticos y maldiciones. Encendió un gran fuego en la chimenea, y a él arrojaba colas de alacrán, almendras amargas, bayas de enebro, y setas venenosas. Y entre medias se reía, canturreando “ Arrejubijis de bruja, arrejubijis de mal, de aquello que yo echo al fuego, al pueblo envenenará” Una y otra vez repetía ésta cantinela.
Así la escuchaban los niños en silencio, hasta que Juanita le susurró a su hermano. “ Tenemos que salir de aquí, Toño, porque si no vamos a morir de hambre, y los va a hechizar a todos esta bruja ” Y dijo él, “ ¿ pero como vamos a salir de aquí, Juanita ? Si estamos en una jaula, y la bruja tiene la llave, y tan ocupada está con sus brujerías que ni para dormir se detiene “ “ Tanta hambre nos ha hecho pasar, hermanito, que creo que podré pasar entre los barrotes “ Y así lo hizo Juanita, y tan ensimismada estaba la bruja en su venganza, que no la oyó coger la llave de la mesa y liberar a su hermano.
Y viéndose Toño al fin libre, y a la bruja, distraída, arremetió contra ella y la empujó contra el fuego en el que hacía sus hechicerías, donde aullo y se quemó hasta morir. Y así escaparon y llegaron al pueblo.
Y gracias a los dos niños valientes, los campesino supieron que les habían envenenado con hechicerías, y así pudieron salvarse. Pues sabiendo cuales eran los venenos, no fue difícil para el boticario curarles de todos ellos.
Los dos niños se quedaron para siempre en aquella aldea, donde todos cuidaron de ellos, y nunca más les molestó ninguna bruja; y según la leyenda, nunca más en Zampa volverá a ser envenenado nadie, siempre que a nadie se le vuelva a ocurrir ahogar un gato en la noche de todos los difuntos.
Por cierto que está noche es todos los difuntos. Supongo que a ninguno de ustedes se le ha ocurrido ahogar un gato, ¿ verdad ?
